Una parte importante del floreciente mundo de Dios era el maravilloso y diverso reino animal. Dios no tarda en asignar a Adán una tarea en relación con el mundo animal.
19El Señor Dios había formado de la tierra todos los animales salvajes y todas las aves del cielo. Se los llevó al hombre para ver cómo los llamaba; y el nombre que el hombre le puso a cada ser viviente, ése fue su nombre. 20Y el hombre puso nombre a todo el ganado, a las aves del cielo y a todos los animales salvajes (Génesis 2: 19-20).
La misión que Dios encomendó a Adán es profunda en muchos aspectos. Lo aparta del mundo animal y prepara el escenario para que Dios cree una compañera adecuada para él. Demuestra que Dios esperaba que Adán no fuera un mero espectador, sino que gobernara sobre la creación. Esta tarea también revela que Dios esperaba que Adán creciera y se desarrollara. Había trabajo que hacer y Dios esperaba que Adán aprendiera y creciera. Los eruditos y los científicos debaten sobre el número real de animales que Adán tenía que nombrar y no es probable que tuviera que nombrar a todas las 1.2 millones de especies de animales que se conocen actualmente. Sin embargo, ¡la tarea no era para unos minutos o un par de horas! Los líderes que sirven observan que la expectativa de crecimiento es un ingrediente esencial para un mundo floreciente.
Esperar el crecimiento acelera el florecimiento al reconocer la intención.
Dios le presenta los animales a Adán y espera que éste les ponga nombre. Dios había creado a Adán con la capacidad de nombrar a los animales, ¡pero ahora Adán tenía que desarrollar su potencial e inventar nombres! Dios podría haberle dado los nombres a Adán y pedirle que los memorizara, pero quería que Adán creciera. El crecimiento está en nuestro ADN y es una expectativa natural. Disfrutamos de los torpes esfuerzos de los niños cuando aprenden a andar, pero esperamos que crezcan y maduren. Anticipamos el avance del conocimiento y la madurez que llega cuando los niños progresan en su educación formal. Y este diseño para el crecimiento está destinado a continuar toda nuestra vida. Los líderes que sirven reconocen la intención de Dios para el crecimiento humano.
Esperar el crecimiento acelera el florecimiento al anticipar el impacto.
Dios debió de sonreír al ver a Adán pensar y luego pronunciar un nombre. E imaginó un mundo lleno de hombres y mujeres que se esforzaban y crecían, aprendiendo a dominar su dominio. Pero, por desgracia, hoy en día muchas personas se limitan a ir a trabajar por un sueldo, sin esperar cambiar ni crecer. Se unen a las iglesias esperando sólo asistir a las reuniones y ser inspirados. Los líderes que sirven miran a aquellos a quienes sirven y no sólo ven lo que son ahora, sino lo que podrían llegar a ser. Anticipan el crecimiento del trabajador de nivel básico para convertirse en gerente. Esperan que el miembro más reciente se convierta en un futuro líder. Sueñan con que su organización esté llena de personas plenamente vivas, que aprenden y crecen en su capacidad de dar forma a su mundo.
Esperar el crecimiento acelera el florecimiento al aceptar las implicaciones.
Los líderes que sirven también se dan cuenta de que Dios les ha colocado en una posición de liderazgo para acelerar el proceso de crecimiento. Primero se aseguran de que ellos mismos están creciendo, buscando continuamente mejorar y aprender. Luego observan que Dios le dio deliberadamente a Adán una tarea para ayudarle a crecer. Los líderes que sirven asumen la responsabilidad de servir a los que dirigen asignándoles tareas que supongan un reto y que aumenten la capacidad de sus seguidores. Animan, asesoran, entrenan y guían a los demás para que alcancen todo su potencial. Y, como debió de hacer Dios, observan con una sonrisa de satisfacción cómo los demás crecen y florecen a su alrededor. |